En uno de los sueños más profundos de los que recuerde, el bibliotecario Vilsio Zubur supuestamente pudo hallar, entre sombras de algún pasillo recóndito y cansado, el tal hexágono carmesí. El cansancio, pero también el frenesí, no le impidieron dar cuenta de ello, dejando testimonio de aquellos libros de formato menor (los omnipotentes, ilustrados y mágicos), de los que ahora a nosotros nos toca descifrar el misterio.
De los comentarios, no se puede decir si fueron rudimentarios o herméticos. Si fueron estudios primeros, o si su cerrazón los torna impenetrables.
De sus escasos enunciados apenas logramos vislumbrar unos libros de misteriosos signos desplegados, unos Mapas de trayectos laberínticos, de insondables escrituras.
Todas construcciones de luz destinadas a describir sombras, reflejos de trayectos, testimonios del camino, como devenir, tal vez de laberintos.
